Adolescentes e Internet: la muerte de la web 2.0

Hace un par de días Quartz sacó una excelente pieza sobre adolescentes y su huída de las redes sociales clásicas. Lo que sigue es en parte traducción de algunos elementos de ese artículo y experiencias propias dando charlas en Vakarian. Y qué demonios, siempre quise escribir un artículo de esos matando a algo.

Dónde están los adolescentes en la red es una pregunta crítica para todas las empresas tecnológicas. Ellos son los que hacen un consumo más intensivo de redes sociales, los generadores de likes, de selfies y de favs de los que se nutre el engranaje 2.0. Ellos son los consumidores de mañana a los que les podremos mostrar anuncios perfectamente segmentados gracias a que llevan años sembrando sus gustos en forma de huellas digitales. Ellos, en mi opinión, son una de las razones de la pérdida de usuarios y de valor de Twitter: ya no están allí, han quedado en otro sitio.

También se marchan de Facebook (la red, no la empresa). Más de 11 millones de adolescentes se han ido de allí desde 2011. Aunque en mi opinión este último link se aplica más correctamente al mercado estadounidense. En España yo pienso que nunca estuvieron allí. No tengo estadísticas más allá de mi pregunta al empezar el curso: ¿cuántos usáis Z? ¿y cuánto usáis X? ¿hay algo que uséis que me deje por el camino?

Pero es que en España tuvimos Tuenti y Facebook cuando en USA tenían… Facebook. Así pues la evolución que he percibido en los alumnos de mis charlas (12-16 años en su mayoría) ha sido.

– Qué usáis: Tuenti

– Qué usáis: Tuenti, Twitter e Instagram

– Qué usáis: Tuenti, Twitter, Instagram, Facebook y Whatsapp

– Qué usáis: Twitter, Instagram y Whatsapp

– Qué usáis: Instagram, Whatsapp y Snapchat

En esta última actualización hay un matiz importante: la introducción de los DM en Instagram (aquí más info sobre qué es y para qué vale Instagram si vives en otro planeta). Se usan sí, y mucho. Si sustituimos Whatsapp por Facebook Messenger ya tenemos una radiografía parecido al mundo anglosajón. Y lo que es más importante, tenemos un denominador común: los adolescentes están en las aplicaciones que permiten mensajería instantánea. Twitter también lo hace pero no hay espacio para tanto. Whatsapp tiene el efecto red, Instagram la retransmisión de momentos vitales y Snapchat la autodestrucción de archivos y algo más que honestamente no acabo de ver (supongo que en parte por su usabilidad endiablada en parte porque me hago viejo).

Las razones que da Quartz a esta escapada hacia la mensajería son tres:

1) El aumento en la media de edad de Facebook. Un 48% de los usuarios de más de 65 años están allí. El problema no es ya que veas las fotos la cena de empresa de papá, es que veas el viaje a Mallorca de la abuela. En tu grupo de Whatsapp sin embargo está tu círculos de iguales.

2) La publicidad de la información. Si algo se sube a Facebook los adolescentes perciben que estará allí para siempre (viendo el punto 2.2 de sus TOS no les falta razón). Algo parecido pasó en España con Tuenti. Los adolescentes quieren su espacio y tanto si se meten en él los adultos como si los adultos se empecinan en explicarles los riesgos de una mala gestión de la Identidad Digital el espacio se pervierte y pierde atractivo. Esa inocente visión de que no pasa lo mismo en aplicaciones de mensajería se refleja a la perfección en la volatilidad de Snapchat.

3) La reputación digital. Parece que hemos ganado un trocito de la batalla educativa y los chavales ya perciben que la empresa que les contrate el día de mañana puede rastrear su pasado en las redes sociales (bueno, algunos, otros como Sergi Guardiola no).

Estos tres mandamientos se resumen en uno: la privacidad. Los chavales quieren una exposición controlada, una paradoja comunicativa donde quieren que su foto disfrute de más likes que el compañero pero a su vez que no salga de un círculo cercano. Las redes sociales clásicas han fracasado en sus sistemas de privacidad. Ya lo dije hace casi tres años en el artículo Enseñar privacidad a adolescentes sin hablar de privacidad y hace menos en La culpa no es de los niños. ¿De verdad pretendíamos que los niños se hicieran una licenciatura en usabilidad para configurar correctamente su perfil de Facebook? ¿De verdad esperábamos que entendieran el concepto de los círculos de Google +? La simplicidad en este sentido que dan las apps de mensajería ha arrastrado con todo lo demás.

¿Los chavales quieren que sus cosas las vea el máximo número de personas posibles? Sí pero no. Un síperono que pone en jaque a la tecnología y que ningún algoritmo ha sido capaz de resolver. Simplificando: los menores quieren hablar entre ellos y compartir cosas entre ellos de privada pero en sistemas cuasi-gamificados. Las apps que más se acerquen se comen la tostada.

Esta migración de la web 2.0 a aplicaciones de mensajería móviles tiene implicaciones para los negocios y para la esfera pública dice Quartz.

Para los negocios en la línea de que si no tenemos interacciones no tenemos segmentación de publicidad. Esto tampoco lo veo tan grave, en un mundo donde veremos la SuperBowl en la mesa del salón no parece ningún desatino que las grandes empresas sean capaces de extraer gustos con algoritmos que procesen imágenes de Instagram o nombre de grupos de Whatsapp. Las aficiones y la fidelidad a las marcas siguen estando ahí, sólo hay que ser capaz de procesarlas.

Me llama la atención que no se hayan implementado grupos públicos en Whatsapp por ejemplo. Realmente veo la app a largo plazo como curiosamente un IRC en el móvil (o un Slack si queréis algo más actual). Canales de chat en los que podemos entrar y salir y comentar. En función de los canales en los que estemos y cómo interactuemos con ellos se pueden sugerir nuevos canales patrocinados.

Respecto a Instagram, demonios, si hasta permite data mining para observar patrones de alcoholismo en jóvenes ¿de verdad no podrá afinar en la segmentación? Demos algo más de tiempo a sus anuncios.

También se comenta la dificultad que este cambio supone para la monitorización de los padres. Tampoco estoy de acuerdo. Primero porque Whatsapp ha hecho demasiado por tener a los hijos controlados, no creo que las familias pongan muchas pegas a una app que genera una discusión habitual con los colegios porque los primeros quieren que su hijo se comunique pare decir que está bien y los segundos, acertadamente, quieren que desconecten.

Por otro lado no debemos ser tan ingenuos: todo se indexa. Cuando algo se indexa lo único que hace falta es un buscador y la privacidad salta por los aires. Un ejemplo que pongo habitualmente al final de la charla de Vakarian sobre búsqueda de información consiste en buscar en Twitter e Instagram publicaciones que incluyan “chuleta examen” geolocalizadas cerca del lugar donde doy la charla. Los sudores fríos de los alumnos demuestran que efectivamente perciben estas actualizaciones como privadas aunque no lo sean. La privacidad no la da el número de amigos sino la indexabilidad. Cuando haya un buscador global en Whatsapp arderá el mundo.

Es en el tercer efecto donde estoy más de acuerdo y donde me encuentro más preocupado: las cámaras de eco y el fracaso en la generación de contenidos públicos.

Sobre las cámaras de eco, en fin, es un tema que cada día me obsesiona más y que ya traté también en Facbeook no es de derechas ni de izquierdas ni todo lo contrario. Si compartimos contenidos en redes de iguales es mucho más difícil que calen nuevas ideas que desafíen nuestra forma de pensar.

Es este párrafo de Quartz el que da en el clavo:

The great promise of social media was that they would create a powerful and open public sphere, in which ideas could spread and networks of political action could form. If it is true that the young are turning aside from these platforms, and spending most of their time with messaging apps that connect only those who are already connected, the political promise of social media may never be realized.

La promesa de la web 2.0 era que el protagonista íbamos a ser nosotros. Ya no era necesario tener grandes conocimientos de desarrollo web: tener un espacio propio en la red para gritar nuestras ideas al mundo se volvió tremendamente sencillo. Llegó la revolución de los blogs y los colegios vieron que era bueno. Todos los chavales se tenían que hacer un blog o participar en uno para tal o cual asignatura. Lejos de la visión original de estas herramientas como voyeuristas o exhibicionistas muchos descubrimos en ellas la quintaesencia de la WWW.

Pero la revolución se acabó. La web 2.0 se convirtió más bien en “tú pones el contenido, nosotros nos llevamos la pasta” como decía mi amigo Hugo. El rankeo de contenidos sustituyó al RSS, el timeline y las notificaciones PUSH a Google Reader y la posibilidad preciosa y romántica de que un adolescente diera rienda suelta a toda su creatividad online se diluyó.

Para mí darle a un chaval de 15 años una web era como darle una guitarra: necesario. Pero no interesa. Hemos sido incapaces de convencer a los adolescentes de que tienen algo que merece la pena ser oído. De que sus aficiones tienen valor y que más fácil que construir una identidad digital privada es construir una pública y positiva.

Si hay algo que me recuerda a la revolución de los blogs es YouTube donde tenemos a gente como Sebas Mouret haciendo eso mismo y además entendiendo como pocos un nuevo medio. Sin embargo una vez más desprestigiamos a los YouTubers y juzgamos la anécdota por el todo. Pienso que YouTube es el último aliento de lo que nos vendieron hace una década ya.

¿Pero sabéis qué? Que en el FIMP Tech 2015 hablé de todas estas cosas. Al final de la charla se me acercó una niña que cantaba y que ponía cortes de sus interpretaciones en Instagram. Me dijo que la había animado mucho a seguir adelante y que quería aprender a difundir sus contenidos de forma más eficiente.

O enseñamos a las nuevas generaciones el potencial de la red para generar espacios propios o sino, cuando volvamos a la WWW, no habrá nadie allí.